La Flor de Toranzo

TRIFÓN
por Antonio Burgos
Antonio Burgos













 
Sus manos, hechas al papel de estraza de envolver garbanzos, hechas al cuchillo de cortar, fino pulso, chorizo de la Sierra, sostenían temblonas el fusil de la guerra cuando el sargento, Africa tan cerca en los galones, les iba pasando lista:
-Triunfo Gómez...
Y del pelotón salía su segundo apellido:
-¡Ortiz!
Y el sargento con la risa suficiente ante los reclutas, se le quedó riendo:
-¿Así que Triunfo? ¿Qué nombre es ese? ¿Un nombre de los rojos, no?
Y el recluta, temblona sus manos de pesar chícharos, de coger la espátula de la manteca colorá, apenas dijo:
-No, mi sargento, es un nombre de la Montaña...
-Pues eso -siguió entre risas el sargento- ni es nombre ni es ná...
Triunfo, Triunfo...¡Será Trifón!
Y Trifón se le quedó desde aquel día de la guerra al bueno de Trifón, al trabajador de Trifón, al honrado de Trifón. Qué tristeza de noviembre recordar la vida de Trifón, triste como un largo, lluvioso mes de noviembre...Sevilla le concede un título, que venía el domingo en su esquela. Bajo el nombre ponía "Trifón" como otros se ponen duque de esto o marqués de lo otro. Su título, ganado a pulso de cortar jamón, hecho de grandes sudores del babi de montañés, era el prestigio de un nombre comercial ennoblecido por el trabajo.

Pero la vida de Trifón fue, como la de tantos montañeses de Sevilla, muy triste. Llegó aquí el año 29 y se metió de aprendiz en la tienda del Reloj, en el Arenal. De allí no salió hasta que se lo llevaron a la guerra. Ni domingos ni fiestas. La triste esclavitud de los internos del comercio. La familia, lejos, en el valle, en la otra zona, sin saber qué le había pasado. Siete, ocho años sin verlos. Y al final de la guerra, en Monterrubio, cuando la batalla de Peñarroya, un tiro; los rojos que decía el sargento le pegaron un tiro a Triunfo. Se lo traen a Sevilla, lo licencian. Sólo entonces, primer año triunfal, aquel muchacho que vino a Sevilla de calzón corto, puede acudir a la Montaña a ver a sus padres. A los hermanos no los conocía, habían nacido en su ausencia; a sus padres no los roconocía. Que del valle salió un niño y volvía un hombre de veintidós años.

Pero Sevilla tiene una especial atraccción para los montañeses que cortaron las cadenas del puente de barcas con San Fernando. Es como si ellos se hubieran atado a la Torre Fortísima con esas cadenas. Trifón volvió al Reloj, encerrado tras el mostrador, ahorrando hasta la última peseta. Ni al Betis iba los domingos por aquel entonces. Juntó unas perras y se independizó en la calle San Luís, cerca de Pumarejo. Aquella Sevilla le parecía a Trifón otra ciudad, y no paró hasta que volvió cerca del Arenal, a la calle Jimios, frente a la barbería de Bolaños y le puso a su tienda el nombre de un recuerdo en flor: "La Flor de Toranzo". Labró una casa en Sevilla y otra casa en la Montaña, dió ejemplo de trabajo a una familia y de humildad a una ciudad, qué arte de estar en su sitio el de estos montañeses en la Sevilla que rinde culto a las formas...

Ahora que lo hemos despedido en noviembre, he recordado la triste, entregada vida de trabajo de Trifón. El babi que fue su gloria habrá sido su mortaja. Noble babi de los montañeses de Sevilla, que sólo se quitaban los domingos por la tarde. para ir a ver al Betis. ¿Por qué los montañeses, don Antonio González Nicolás, se hacen tan sevillanos, tan de las cofradías, tan béticos?

El domingo, en el campo del Betis, faltó un minuto de silencio por Trifón. Un minuto de silencio por todos aquellos chicucos honrados, siervos de la gleba del garbanzo y la manteca colorá, que alcanzaban su gloria cuando llegaba el domingo, se quitaban el babi, se iban a Heliópolis, soñaban el verde de un valle querido y lejano, y volvían más sevillanos a encerrarse otra vez detrás de un mostrador. Adiós, Trifón, señor del lomo en manteca de Benaoján; adiós, viejo chicuco ennoblecido por el trabajo y por Sevilla. Si en el Betis no hubo silencio, los mostradores de los montañeses de Sevilla llevan hoy luto por usted...



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