La Flor de Toranzo

LA DIGNIDAD GREMIAL
por José Antonio Gómez Marín













 
Hace unos años, en un programa taurino de esos que patrocinan finos y puros, Cuca García de Vinuesa presentó con su mejor intención a Rogelio Gómez, el puntilloso dueño de La Flor de Toranzo sevillana, como restaurador de fuste, a lo que Rogelio, aficionado asolerado por antiguo, terció con un capotazo mandón: "¡Tabernero, señora, tabernero! Yo no restauro nada". Vaya quite. Por su parte, esa mujer poderosa que es Pilar Burgos, dama realenga de un imperio comercial, también ha echado el capote abajo para poner en su sitio al toro de la entrevista: "No, verá usted, diseñadora, no, yo soy zapatera, como mi madre". Otra ovación. Y mi primo Javier Vizcaíno, que es geólogo y abogado además de apotequista, protesta muy seriamente con su bata blanca cuando el entrevistador le llama farmaceútico: "Mire usted, a mí me gusta que me digan boticario, que es lo que era mi padre y lo que era mi abuelo..."
Tengo una vieja idea entre ceja y ceja: que los que mandan en su oficio y triunfan en él no se andan con remilgos nominalistas. La dignidad no está en el nombre sino en el hombre. O en la mujer, a la vista está.

El desarrollismo y la nueva sociedad nos ha traído, en cambio, esa absurda inflación terminológica que ha hecho del eufemismo y del puro rentoy un criterio para variar los viejos nombres de oficio acrisolados por el idioma. La vieja y nobilísima noción del perito, jibarizada quizá por una denotación despectiva, desató una guerra de palabras que hubo que zanjar -en un divertido homenaje a Peter- llamándole ingenieros a los peritos de toda la vida y añadiéndoles superiores a los genuinos ingenieros. Hasta hubo quien propuso entre bromas y veras llamar al venerable maestroescuela nada menos que ingeniero pedagogo del mismo modo que nuestros populares y benéficos practicantes no cejaron hasta titularse, primero ateeses y, luego, diplomados en enfermería. Echo de menos una ciencia de los oficios concebida como una rama de la sociología de la honra que ahondara en estas obsesiones patrias que de un revés displicente rechazan los grandes profesionales pero que obsesionan a los mediocres hasta la paranoia. Pilar, Rogelio y Javier pasan a tope de nombradías, pendientes como están, primero del servicio y luego, de la caja. Son la reserva espiritual de la economía, supuesto que la economía tenga algún espíritu...





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